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Tuve una infancia difícil, y eso me hizo una empleada asombrosa

Una escritora reflexiona sobre el momento en que comprendió las raíces de su adicción al trabajo.

An illustration of a woman's reflection in a kettle on the stove. The woman has one hand to her forehead and holds red-framed glasses near her waist with the other. The gas burner is on, steam is rising from the kettle and a phone with a screen full of notifications sits nearby.
Credit...Maria Jesus Contreras

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“VEN A VERME EN CUANTO LLEGUES”, concluye la ráfaga de mensajes de Slack de mi jefe, una diatriba con todas las letras en mayúsculas que comenzó a las 4:56 a. m.

Es un lunes por la mañana de 2017. Estoy sentada en mi auto en el estacionamiento de mi nuevo trabajo, con el cuerpo congelado y los ojos pegados a la pantalla de mi teléfono.

Tengo 45 años y, tras décadas de ascensos sin descanso en el escalafón profesional, he conseguido un trabajo de alto nivel y he publicado mi primer libro, una guía profesional para inadaptados. Me había convertido en una conferencista muy solicitada, por lo que viajaba por todo el país para dar charlas sobre cómo “triunfar”, y mis frases no tan trilladas se citaban en revistas de negocios y en blogs sobre el estilo de vida de las mujeres.

Para el mundo exterior, mi éxito era intachable. Por dentro soy un desastre.

Había trabajado todo el fin de semana y, como trabajaba casi todos los fines de semana, los días y las exigencias habían empezado a confundirse. Mi marido y yo nos habíamos mudado a Los Ángeles cinco años antes, pero yo aún no había hecho amigos.

No había ido a la reunión social de padres del nuevo preescolar de nuestro hijo por un viaje de trabajo. Había rechazado una invitación a la comida de un vecino porque sabía que llegaría tarde a la oficina, y había dicho “no” a suficientes citas de café de las pocas personas que conocía en la ciudad como para que al final dejaran de contemplarme. En lugar de esforzarme por construir una comunidad, dedicaba casi toda mi energía a mi carrera.


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